domingo, 27 de junio de 2010

EL PERIODISMO Y LA UNIÓN EUROPEA

Artículo de Jorge Juan Morante publicado en Ciudadano Morante:

"El Consejo de la Unión Europea aprobó una polémica decisión, aunque esta decisión podría lesionar derechos de los ciudadanos europeos, no hay que caer en el alarmismo de una periodista: "La UE vigilará a los ciudadanos de opiniones radicales".

 
Ya pasó a la historia que el Consejo adoptase la mayoría de las decisiones en la Unión Europea (UE) sin la aprobación del Parlamento Europeo, y desde que, con el Tratado de Lisboa, la mayoría de decisiones se adoptan por el procedimiento de Codecisión esa resolución del Consejo no tiene validez jurídica mientras no lo apruebe el Parlamento Europeo. Teniendo en cuenta que no es la primera vez que el Parlamento Europeo rechaza resoluciones del Consejo que podrían vulnerar los derechos de los ciudadanos, como la directiva de las 60 horas semanales o el intercambio de datos bancarios con EEUU, cabe esperar que esa polémica resolución siga el mismo camino.

Presupongo que ese alarmismo es fruto del desconocimiento, y por ello creo que hace falta periodistas especializados en la UE y que tengan una formación continua en la materia, porque la UE es una organización en continuos procesos de cambio de los que los periodistas deberían estar al corriente y porque es fundamental para que los ciudadanos tengamos una información veraz, accesible y continua de la Unión Europea en los medios de comunicación."


Jorge Juan Morante es Presidente de la Asociación "Res Pública", Diplomado en Gestión y Administración Pública y estudiante de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid, habiendo estudiado como Erasmus en Turín, Italia.



jueves, 24 de junio de 2010

Los moralistas, los economistas y sus abuelas.


Los moralistas, los economistas y sus abuelas, artículo de Félix Ovejero en El País:

"Algún día, cuando salgamos de la crisis, ya con los nervios más templados, habrá que hacer una historia pormenorizada de las explicaciones de la crisis. A primera vista, el repertorio no puede ser más amplio. Como en botica, hay de todo. Desde las que invocan la ausencia de regulación hasta las que apelan a las distorsiones introducidas por los incentivos institucionales, por la regulación. Por ahí en medio transitaron las que culpaban a la ambición de banqueros y especuladores.
Parecía el clavo ardiendo de cierta izquierda que, sin atreverse con el léxico anticapitalista, se conformó con el de los predicadores: la pérdida de los valores, la ambición sin escrúpulos y cosas así. El malo no era el sistema sino la naturaleza humana. El peccatum originale originatum de los escolásticos.
Entre ciertos economistas estas explicaciones son cosa de mucha risa, como, en general, diversas reflexiones que, al buscar soluciones a los males del mundo, acaban reclamando cambios en las mentalidades, los valores o la educación. Sí, piensan, y si mi abuela tuviera ruedas, sería un camión. Pero las cosas son como son y la maquinaria social funciona con el combustible del interés. Ya saben, el panadero de Adam Smith.
Y no les falta razón. Hay una suerte de moralismo abstracto que, ante el menor problema, a la tercera frase ya está invocando el conjuro del “cambio de valores”. Es el mismo que acusa a los políticos de electoralismo, de no pensar más que en los votos. Que viene a ser como acusar a los futbolistas de tratar el balón a patadas o a los corredores de querer llegar antes que sus rivales a la meta.
Para bien o para mal, la búsqueda de votos es el argumento de la obra política: el político quiere gobernar, para gobernar ha de obtener más votos que el contrario y el mejor modo de obtener más votos es criticar su gestión. Así es como hemos diseñado las instituciones y, según algunos, como funcionan mejor: movidos por sus mezquinos intereses, unos y otros se vigilan y, al final, conseguimos penalizar a los tramposos y minimizar los errores. En economía, la explotación de las oportunidades de beneficio es el combustible de la maquinaria. Culpar a la ambición está fuera de lugar. De ahí el irrealismo de las propuestas de buen rollo como la de “esto lo arreglamos entre todos” o las apelaciones por lo derecho a “la confianza”. La confianza, como la felicidad, no se consigue con invocaciones. A decir verdad, si alguien nos dice, a palo seco, “confía en mí”, mejor salir corriendo.
Si hay que elegir, prefiero la cruda arrogancia de los economistas al fariseísmo gestero de los otros. En la sobreactuación de los moralistas hay un no sé qué de impostada candidez que atufa a deshonestidad intelectual y para el que no se me ocurre mejor purga que las maneras bruscas y descreídas de los cultivadores de la ciencia triste. En las labores de derrumbe, los economistas pueden dar curso a una mala baba, no exenta de gracia, normalmente embridada en sus áridos empeños habituales, y que da mucho juego cuando hay que oxigenar los ambientes.
Por eso mismo, sería de desear que no limitasen la aplicación de sus talentos al moro muerto del buenismo moralista. Hay muchos otros lugares en los que las abuelas también tienen ruedas. Sin ir más lejos, en la propia economía no faltan los fantaseos, por ejemplo, acerca de cómo somos los humanos.
La teoría económica, al menos la que camina por la avenida más transitada, asume que los agentes somos egoístas y la mar de racionales. Tenemos en cuenta todas las opciones disponibles, evaluamos óptimamente las consecuencias que se siguen de cada una de ellas y actuamos en consecuencia sin otro objetivo que el mayor beneficio. La información relevante, contenida en los precios, nos bastaría para decidir. Si actuamos de ese modo, las cosas funcionan. Si nos desviamos, aparecen los problemas. Se nos complica la vida, la de cada uno y la de todos. Las burbujas especulativas, por ejemplo, se dan cuando nos dejamos llevar por la confianza en que las cosas irán a mejor, sin que exista ninguna razón para ello, sin evaluar adecuadamente la información disponible. La explicación de no pocos desórdenes del mundo radicaría en que no somos tan racionales como sostiene la teoría.
A estas alturas, el lector puede empezar a pensar que quizá no hay tanta diferencia entre culpar a “la falta de valores” y culpar a “la falta de racionalidad” y que, después de todo, quizá las abuelas de los economistas también tienen pinta de camiones. Y sí, hay algo tramposo en ese proceder que apela “al mejor de los mundos”. Como si un entrenador justificara la derrota de su equipo porque “sus jugadores no corren como un guepardo”.
La trampa no consiste en apelar a una situación hipotética, a cómo hubiesen ido las cosas si se hubiera actuado de otra manera, sino al grado de realismo de esa “otra manera”. La explicación de la derrota porque “no jugaron por los extremos” también apela a una situación hipotética y la damos por buena. No está al alcance de los jugadores correr como un guepardo, al menos sin farmacopea, pero sí que está a su alcance jugar por los extremos.
En realidad, toda explicación tiene algo de lamento y, en un momento u otro apela a situaciones hipotéticas, a posibilidades que no llegaron a cuajar. Y todas las valoraciones, algo de reproche. Las historias, la de las revoluciones americana, francesa, rusa, la de la Segunda República, la de Cuba o la de la Transición y, también, la de cada cual, tienen otra historia que pudo haber sido y no fue, pulcra y sin sombras, que las avergüenza y desmerece. Pero no todas las nostalgias valen igual. Consideramos infeliz a alguien que, como el poeta, se lamenta por no haber apostado por “alguien que le amó y que le abandona”; a quien se lamenta por no haber apostado por la Elsa de Casablanca lo consideramos un trastornado. Nos importa el realismo del repertorio de posibilidades.
De modo que lo que hay que tasar es el grado de realismo de los humanos conjeturados por los economistas, no sea que tenga el mismo que El libro de los seres imaginarios de Borges. Si no nos reconocemos ni por casualidad, quizá sea cosa de pensar que explicar la crisis por los “fallos” de las personas sería como explicar la derrota futbolera por los guepardos. En 2002, Daniel Kahneman se llevó el Nobel por recordar que los mortales comunes y los que suponen los economistas nos parecemos como un huevo a una castaña. Somos racionales pero no tanto. Así las cosas, no es raro que el año pasado en un libro, Animal Spirits, escrito a dos manos con Robert Schiller, otro premiado, Akerloff recomendase abandonar las hipótesis hiperracionalistas si queríamos entender los procesos económicos, incluida la crisis. Su diagnóstico, en apariencia, no anda tan alejado del convencional: tal como somos, confiados, temerosos y bastante imprevisibles, es normal que, con las instituciones que tenemos, pasen las cosas que pasan. Pero había un importante matiz, un cambio de énfasis en la situación hipotética invocada: no buscaba soluciones donde no se pueden encontrar, enfilando la senda imposible del “si fuéramos de otra manera, racionales”, sino en las instituciones, algo que sí está en nuestra mano modificar.
A lo que se ve, casi todo el mundo tiene una abuela tuneada. Nos podemos reír hasta descoyuntarnos de quienes achacan los males del mundo a la codicia o al afán de lucro. Pero, por favor, que no se acabe la fiesta. Hay mucho material."
Félix Ovejero Lucas es profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona. Su último libro es Incluso un pueblo de demonios (Katz).

La izquierda del siglo XXI

Artículo de Ignacio Urquizu publicado en El País el  20 de junio de  2010:

"El 7 de junio se cumplió un año de la derrota electoral de la izquierda europea. Desde entonces, ha sido extraña la semana en la que no se ha organizado un seminario o hemos leído un análisis sobre la supuesta crisis de la izquierda. De repente, la combinación de una derrota electoral con una crisis económica global está llevando a mucha gente al pesimismo. Pero lo cierto es que, si nos alejamos de la coyuntura y realizamos un análisis con cierta perspectiva, no estamos tan mal.

Todos los estudios de sociología electoral revelan que la ideología sigue explicando gran parte del comportamiento político de los ciudadanos. Aunque algunos pontificaron hace años el fin de la historia y de las ideologías, las ideas siguen moviendo el mundo. De hecho, la ideología es la forma más coherente de ordenar los proyectos políticos. Nos permite reducir y simplificar el mundo, haciéndolo más comprensible para la mayoría de los ciudadanos.

Esta supuesta crisis de la izquierda tampoco es defendible si atendemos a la presencia de partidos progresistas en el poder. Entre 1945 y 2006, en las principales democracias parlamentarias, solo el 21% de los Gobiernos pueden ser calificados de izquierdas. Además, mientras que en la década de los 40 solo el 17% de estos Gobiernos eran progresistas, en los últimos años, antes de la crisis, esta cifra se ha elevado al 24%. De hecho, nunca la izquierda había gobernado en tantas democracias desarrolladas como en los 80, 90 y principios del siglo XXI.

Finalmente, si nos detenemos en la acción de gobierno, las diferencias entre izquierda y derecha siguen siendo relevantes. Incluso en escenarios tan adversos como la Europa de los 90, donde los Gobiernos estaban limitados por el Tratado de Maastricht y la crisis económica, las diferencias en el gasto público siguieron siendo relevantes. Los partidos progresistas hicieron mayores esfuerzos en inversión de capital fijo y humano que los Gobiernos conservadores. Es decir, las políticas de ajuste son bastante distintas si las lleva a cabo la izquierda que si las implanta la derecha.

Entonces, ¿qué le está pasando a la izquierda? La realidad ha cambiado y eso le va a exigir enfrentarse al futuro con un nuevo relato. Muchos de estos cambios no son propios de un solo país, sino que son compartidos por las democracias desarrolladas. De hecho, en muchas ocasiones, ha sido la acción de Gobiernos de izquierdas la que ha propiciado estas transformaciones. Tres son los retos que tiene en estos momentos la izquierda, especialmente la europea.

El primero de ellos es político. Una izquierda que aspire a defender a los ciudadanos no puede permitir que las democracias sean cada vez menos democráticas. En las últimas décadas, observamos un "progresivo debilitamiento de las instituciones representativas" (Ignacio Sánchez-Cuenca, Más democracia, menos liberalismo, Katz Editores).

Un ejemplo de este retroceso es la creación de instituciones contramayoritarias. Estas se caracterizan por tener un "dudoso" origen democrático, puesto que sus miembros no son elegidos directamente por los ciudadanos. Además, sus integrantes tienen un mandato temporal superior al de los políticos que les eligieron, con el fin de que no respondan a los ciclos políticos. Estas instituciones son muy influyentes en nuestras vidas y deciden cosas tan importantes como la política monetaria en el caso de los bancos centrales, la legalidad en el del Tribunal Supremo o la constitucionalidad de nuestras leyes en el del tribunal correspondiente. La izquierda debería aspirar a limitar el poder de estas instituciones y, en la medida de que fuese posible, reforzar el poder de los Parlamentos.

Pero las instituciones representativas no solo han cedido poder en beneficio de otras menos democráticas. Además, tal y como viene señalando el Informe sobre la Democracia de la Fundación Alternativas, ciudadanos y expertos coinciden en que uno de los principales problemas de nuestra democracia es la enorme interferencia del poder económico sobre el político. Y esto nos conduce al segundo reto: la gestión de la economía.

En el último año, hemos visto cómo los mercados, en muchas ocasiones, pueden ser más poderosos que los ciudadanos. Pero, ¿quiénes son los mercados? La izquierda debe defender una mayor transparencia: poner rostro, nombre y apellidos a los mercados. ¿Quiénes están condicionando con tal virulencia a Gobiernos democráticos?

El objetivo último debería ser realizar un diseño institucional que saque lo mejor de los agentes económicos. Como muy bien ha señalado Félix Ovejero en estas páginas (EL PAÍS, 4-6-2010), no se trata de cambiar el sistema de valores o las bases del comportamiento humano. Deberíamos caminar hacia un modelo de desarrollo económico que no se reduzca a un juego de suma cero, donde lo que unos ganan, los otros lo pierden -por ejemplo, en eso consisten las operaciones financieras en corto y a la baja-. La izquierda debería aspirar a un modelo de desarrollo económico en el que la competición haga más fuerte a todas las partes y, en la medida de lo posible, todos ganen.

Para ello debería diseñarse un sistema de incentivos que penalice los malos comportamientos, por ejemplo con una tasa impositiva sobre movimientos especulativos, y premie los buenos. Además, es necesario controlar a los controladores. ¿Por qué no otorgar calificaciones a las agencias de calificación?

El tercer y último reto se enmarca en la sociedad. Los parámetros sobre los que se construyó el Estado de bienestar han cambiado. Por ejemplo, en España, en 1982, la esperanza de vida era de 73 años. En la actualidad es de 81. Es decir, el sistema de pensiones de principios de los ochenta estaba diseñado para unos jubilados que vivirían de media ocho años más. En cambio, en la actualidad, esta cifra se ha doblado.

Además, el gasto público tiene sus restricciones. Los ingresos no son infinitos y, como se ha señalado, entre los rasgos definitorios de la izquierda está su mayor preocupación por el gasto productivo -capital físico y humano-. Por lo tanto, no puede destinar todo el gasto público a política social.

Por estas dos razones, es necesario redefinir el Estado de bienestar. Se trataría de alcanzar dos objetivos. En primer lugar, primar los componentes redistributivos de la política social frente aquellos que son regresivos. Es decir, no todo gasto social transfiere renta hacia las clases bajas y, en algunas políticas, las clases altas son mucho más beneficiadas -el gasto en educación superior, por ejemplo-.

Un ejemplo de este tipo de medidas lo acabamos de ver en las últimas semanas. Los ajustes anunciados por el Gobierno de Rodríguez Zapatero preservan la parte del gasto más redistributivo. Las pensiones mínimas y no contributivas, que tienen un alto componente igualitario, van a seguir revalorizándose. Es decir, se trataría de hacer un mayor esfuerzo en aquellas partes del gasto que más ayudan a la igualdad social frente a otras que no necesariamente lo logran.

En segundo lugar, es un cambio de filosofía. El futuro Estado de bienestar debería tratar de adelantarse a los problemas sociales y preparar más que reparar. Hasta ahora, el Estado de bienestar trataba de dar solución a problemas ya existentes. El Estado de bienestar del futuro debería anticiparse a estos problemas. Para ello, debería concentrar sus esfuerzos en los tres grupos sociales que están en la base de muchas de las desigualdades existentes: niños, mujeres y ancianos (Gosta Esping-Andersen y Bruno Palier, Los tres grandes resto del Estado del bienestar).

En definitiva, toda la "crisis" de la izquierda se reduce a la necesidad de lograr un nuevo relato que le ayude a enfrentarse a los problemas del siglo XXI. Sin renunciar a sus valores y principios, debe seguir persiguiendo la causa que le mueve. Como ha hecho siempre, cuando la realidad cambia, la izquierda también cambia."
 



Ignacio Urquizu es profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Intervención en el seminario What's left? Next left, organizado por la Fundación Rafael Campalans y la Fundación Europea de Estudios Progresistas.
lunes, 21 de junio de 2010

DIOS DE LA LLUVIA

Artículo de José Ignacio Torreblanca publicado en "El País":

"Si después de años de rezos sigue sin llover, hay dos opciones: una, que hayamos seleccionado la plegaria equivocada; dos, que no exista una relación causal entre el rezo y la lluvia. En el primer caso, buscaríamos una plegaria mejor; en el segundo, dejaríamos de rezar y pensaríamos en alternativas. Todo esto viene a cuenta del debate sobre si la UE debe o no cambiar la posición común hacia Cuba, establecida en 1996 por iniciativa del Gobierno de Aznar y que supedita el avance en las relaciones entre la UE y Cuba al progreso en la cuestión de la democracia y los derechos humanos.

La posición de la UE hacia Cuba, más que ejemplo de solidez, demuestra sus contradicciones

¿Ha funcionado la posición común? ¿Debe cambiarse? ¿Por cuál? Son preguntas distintas, que requieren análisis diferenciados. Que la posición común haya funcionado o no depende de cuál fuera su objetivo. Lo mismo debe decirse, por cierto, de los cincuenta años de errores de la política estadounidense. Si el objetivo era traer la democracia a Cuba, lo cierto es que ha fracasado, por lo que debería cambiarse. Pero siendo realistas, es muy difícil pensar que una posición común de la UE, ni esta ni otra, pueda traer la democracia a Cuba. No solo se trata de que en los regímenes autoritarios los cambios políticos suelan fraguarse internamente, sino de tener en cuenta que en este caso existen otros actores (Estados Unidos, Brasil, México o Venezuela) que influyen mucho, y en direcciones contrarias, lo que debilita sumamente la eficacia de cualquier política europea (máxime si, además, los europeos se encuentran divididos internamente).



Que el aislamiento no haya funcionado tampoco supone que el diálogo sin condiciones lo vaya a hacer: de hecho, es más que probable que se trate del mismo error pero con signo contrario, es decir, volviendo al ejemplo de la lluvia, de un cambio de plegaria. Y tampoco parece ser lo que la ciudadanía española quiere: los barómetros del Real Instituto Elcano (23ª Oleada, marzo de 2010) muestran que el caudal de simpatía con Cuba se ha agotado incluso entre los votantes del PSOE, siendo reemplazado por un hastío generalizado con el régimen de los Castro. De hecho, a decir del 67% de votantes que se definen de izquierdas y que rechazan el diálogo sin condiciones con Cuba, parece que la posición del ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, carece de respaldo incluso entre su electorado.



El régimen cubano ha demostrado sobradamente que no está dispuesto a entrar en un juego en el que se intercambien reformas (políticas y/o económicas) por concesiones económicas o comerciales. Si tras la caída del muro y el fin del apoyo soviético los cubanos hubieran querido liberalizar la economía e imitar el modelo chino o vietnamita, ya lo habrían hecho. Pero Castro es un auténtico leninista, y además bien informado: sabe perfectamente que si liberalizas la economía acabarás creando una clase media que te exigirá que respetes sus derechos de propiedad, para lo cual tendrás que darles representación política. Si ya sabes que la secuencia de reformas acaba en una democracia burguesa en la cual solo te vota el 10% de la población, ¿por qué ibas a emprender ese camino y traicionar una revolución cuya seña de identidad es el igualitarismo a ultranza? Gracias al apoyo de Chávez y a la solidaridad de la izquierda latinoamericana, el régimen de Castro tiene la legitimidad y los recursos económicos para sobrevivir (aunque sea a un paso del abismo), así que, mientras Castro viva, el régimen siempre preferirá reprimir a la población antes que liberalizarse (y menos hacerlo bajo presión exterior). Y como muestran las actuales conversaciones con la Iglesia católica, cuando la legitimidad internacional se resiente un poco, el tratamiento a la oposición es tan brutal que permite disfrazar los gestos humanitarios como progresos políticos.



Pero eso no oscurece el hecho de que la posición común hacia Cuba es tan anómala y excepcional que más que dar ejemplo de la solidez de la política europea de promoción de la democracia y derechos humanos, lo que ejemplifica es sus inmensas contradicciones. Al fin y al cabo, la UE mantiene excelentes relaciones diplomáticas con Arabia Saudí, Túnez, Siria o Uzbekistán a pesar de que estos países también obtienen año por año la peor puntuación en el examen sobre democracia que la organización Freedom House realiza cada año a 194 países. Sin duda, una de las prioridades que lady Ashton, en su calidad de alta representante para la política exterior europea, debería adoptar es la de dar un mínimo de coherencia y homogeneidad a la política europea en este ámbito pues, de lo contrario, estará tan plagada de sospechas y contradicciones que nadie se tomará en serio los valores que los europeos decimos defender. En fin, que si hay que rezar por algo, que sea para que los cubanos del mañana piensen que nuestros errores fueron bienintencionados."

José Ignacio Torreblanca es Profesor de Ciencia Política de la UNED y Director de la Oficina en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
viernes, 18 de junio de 2010

ELECCIONES ANTICIPADAS ¿PARA QUÉ?

Artículo de Manuel Muela publicado en El Confidencial:
 
"El final del semestre de la Presidencia de la UE, que culmina con un clima de crisis generalizada y con el desarbolamiento del Gobierno y de las instituciones, alimenta la hipótesis de unas elecciones generales anticipadas como medio para superar el marasmo de la política española. Es lógico y comprensible que se piense en esa salida democrática normal; lo que sucede es que en España tenemos una democracia limitada, controlada por la superestructura de los partidos dominantes, que cuentan con la complicidad de los grandes medios de comunicación. Todos conforman un sistema, bloqueado y resistente al cambio, que carece de capacidad para dar respuesta ordenada y plural a los problemas políticos y económicos que asolan la nación. Por eso, cualquier consulta electoral debería venir precedida por la constitución de un gobierno de emergencia, que en los próximos dos años restableciera la confianza en la economía y elaborara los proyectos de cambios jurídico-constitucionales indispensables para renovar el orden constitucional.



Del estado de cosas actual no son personalmente responsables, al menos en grado máximo, quienes ocupan las instituciones, porque ellos mismos son el producto de un diseño político y constitucional, cuyos frutos estamos recogiendo en el peor de los momentos. Porque el modelo constitucional de España se funda en la desconfianza hacia la sociedad con la creación de un sistema partitocrático, impermeable a los cambios y proclive al clientelismo: aunque cueste reconocerlo, el orden imperante es una versión actualizada de las viejas políticas caciquiles que han impregnado, sin solución de continuidad, casi toda la experiencia constitucional de España.



La tela de araña del tinglado económico e institucional, acompañada por los resortes de que disponen los poderes públicos en un Estado moderno, por débil que éste sea, dota a sus responsables de una seguridad, que se ve incrementada por la paciencia y por la sumisión de la sociedad encorsetada dentro de la dictadura de lo “políticamente correcto”, a la que además se procura anestesiar desde las grandes plataformas de comunicación.



El Estado, al servicio de las élites



El Estado en España, también su economía, ha continuado al servicio de unas élites políticas y empresariales ávidas de administrar y obtener beneficios de los ingentes recursos de que ha dispuesto nuestro país desde su ingreso en la Unión Europea, en 1985, cuyo 25 aniversario se acaba de conmemorar con más pena que gloria. Nuestro modelo productivo se ha basado principalmente en el endeudamiento y la especulación: han sido más de veinte años de exuberancia con la que se han abastecido sobradamente las arcas de las diferentes administraciones públicas y se ha elevado artificialmente, gracias al crédito barato, el nivel económico de las familias y de las empresas. En vez de sembrar la riqueza, se optó por el aprovechamiento fácil y rápido sin prever el futuro.



Pero el estrangulamiento financiero surgido en el verano de 2007 puso de manifiesto que los cimientos económicos de España eran débiles, aunque costara reconocerlo. Primero fue la indiferencia, luego la confianza en que era una tormenta pasajera, para desembocar después en la incredulidad y el desconcierto. Y ahí seguimos, perseguidos ahora por los otrora generosos acreedores extranjeros, que quieren cobrar sus deudas, sin pararse a pensar si el deudor está en condiciones de hacerlo en tiempo y forma. Las recetas son de lo más variopinto y el Gobierno, aturdido, chapotea en el lodo de la crisis con la certeza de ser el único chivo expiatorio: es la consecuencia del culto a la personalidad que ha adornado a los jefes de gobierno de la Transición.



Los españoles, a los que casi nadie explicó que las deudas hay que pagarlas, observan sorprendidos como los grandes responsables de la quiebra del país imparten con descaro las recetas para superarla, sin asumir responsabilidad alguna y pretendiendo mantener sus posiciones de privilegio político y económico. Una injusticia flagrante, que se sublima con la utilización instrumental de un gobierno denominado socialista, cuyo papel debe ser la venta de la postración para los más, adobándola con alguna demagogia del estilo de que van pedir dinero a los ricos.



Pero el trance de nuestra economía y de nuestras finanzas es tan apurado, y la falta de crédito del sistema, colapsado, tan evidente, que se requiere un gobierno democrático fuerte y solvente, que intente restaurar la confianza interna y externa, para acometer la renegociación de la deuda pública y privada, sin esperar a que ello se produzca en peores condiciones en los meses venideros. Porque no cabe engañarse sobre cuánto durará la respiración asistida del Banco Central Europeo: nuestra capacidad de negociación se tendrá que basar en la anticipación de proyectos de ajuste fiscal, fundamentalmente por la vía del gasto, y la limpieza y ordenación de los balances de las entidades crediticias, cuyo propio crédito está en entredicho. Ya pasó el tiempo de los señuelos y de la simulación.



En el plano político, ese Gobierno debería impulsar los cambios necesarios en la legislación electoral y en la ordenación del Estado, para superar su fragmentación actual y recuperar todos los equilibrios y capacidades perdidos. España no puede, ni debe, continuar con un Estado hipertrófico, que no cumple con las funciones básicas de garantizar la igualdad, la libertad y la justicia. Es ineludible, pues, refundar el Estado y proponer un modelo más acorde con nuestras necesidades y posibilidades, para hacer frente al tiempo de moderación y austeridad. Los españoles, y probablemente nuestros omnipresentes acreedores y socios de la UE, respaldarían el proyecto.



Anticipar elecciones, sin profundos cambios previos, sería, en mi opinión, mandar un mensaje de continuidad en el error de las políticas caducas y de la transigencia con los modelos fracasados. Sería apostar por una larga y triste decadencia. Como en el Senado de la vieja Roma, caveant consules"

Manuel Muela es Presidente del CIERE 
martes, 8 de junio de 2010

2ª ASAMBLEA ORDINARIA DE LA ASOCIACIÓN

En virtud del artículo 17.2 de los estatutos de la Asociación "Res Pública", en mi calidad de Presidente de la asociación, convoco Asamblea Ordinaria de la Asociación, el jueves 17 de junio, a las 19h, en primera convocatoria, y a las 19:15, en segunda convocatoria, tendrá lugar en la Casa Camu, C/ Juan de Olías, 39 (Metro Estrecho o Santiago Bernabeu) y con el siguiente orden del Día:
1) Lectura y Aprobación del Acta de la Reunión Anterior.

2) Informe de gestión de la Junta Directiva Provisional y debate sobre la situación de la Asociación.

3) Aprobación de Altas y Bajas en la Asociación.

4) Presentación de candidaturas y elecciones a la Junta Directiva

5) Ruegos y Preguntas

 
Atentamente,

Jorge Juan Morante López
Presidente de la Asociación Res Pública

 
PD: Con el presente escrito quedan convocadas elecciones a la Junta Directiva, pudiéndose presentar candidaturas desde este momento hasta durante la celebración de la Asamblea.