Artículo publicado por Rosa Montero en EL País el 25-1-10
Bien, lo hemos logrado: España es líder internacional en descargas ilegales de música. ¡Guay!
Por fin hemos conseguido ser los primeros del mundo en algo.
Y además hay que decir que no es un puesto preeminente que nos haya caído encima de chiripa, sino que nos lo hemos venido trabajando desde el más remoto pasado histórico, con un sostenido e indomable esfuerzo de nuestra idiosincrasia individualista.
Y es que, ¿en qué se puede decir, sin temor a equivocarnos, que estamos verdaderamente entre los más destacados del planeta?
Pues en nuestra incivilidad, señoras y señores; en nuestra apasionada elección del propio ombligo como paisaje social; en el desdén del otro, de los derechos del otro y del espacio común.
Ya lo decía el célebre escritor Gerald Brenan en 1943: los españoles estamos atomizados en grupos tribales y somos incapaces de concebir lo colectivo.
Y, antes que él, otros visitantes extranjeros han dado fe de nuestra larga porfía por ocupar el más elevado puesto de la cerrilidad.
"Entre ellos, los españoles se devoran", anotaba en 1603 el francés Bartolomé Joy. Y a mediados del siglo XIX, el inglés Richard Ford observó: "La propia persona es el centro de gravedad de todo español (...) Desde tiempos muy remotos a todos los observadores les ha sorprendido este localismo, considerándolo como uno de los rasgos característicos de la raza ibera, que nunca (...) consintió en sacrificar su interés particular en aras del bien general".
Ya digo, llevamos muchos años trabajándonos la incuria social, que ahora florece con esplendor magnífico en la piratería a tutiplén, en las incendiarias rabietas con respecto a la ley del tabaco o en nuestro furioso sectarismo político (solo apoyo a mi horda, lo haga mal o bien).
En fin, hay que reconocer que en esto somos buenísimos.
Por fin hemos conseguido ser los primeros del mundo en algo.
Y además hay que decir que no es un puesto preeminente que nos haya caído encima de chiripa, sino que nos lo hemos venido trabajando desde el más remoto pasado histórico, con un sostenido e indomable esfuerzo de nuestra idiosincrasia individualista.
Y es que, ¿en qué se puede decir, sin temor a equivocarnos, que estamos verdaderamente entre los más destacados del planeta?
Pues en nuestra incivilidad, señoras y señores; en nuestra apasionada elección del propio ombligo como paisaje social; en el desdén del otro, de los derechos del otro y del espacio común.
Ya lo decía el célebre escritor Gerald Brenan en 1943: los españoles estamos atomizados en grupos tribales y somos incapaces de concebir lo colectivo.
Y, antes que él, otros visitantes extranjeros han dado fe de nuestra larga porfía por ocupar el más elevado puesto de la cerrilidad.
"Entre ellos, los españoles se devoran", anotaba en 1603 el francés Bartolomé Joy. Y a mediados del siglo XIX, el inglés Richard Ford observó: "La propia persona es el centro de gravedad de todo español (...) Desde tiempos muy remotos a todos los observadores les ha sorprendido este localismo, considerándolo como uno de los rasgos característicos de la raza ibera, que nunca (...) consintió en sacrificar su interés particular en aras del bien general".
Ya digo, llevamos muchos años trabajándonos la incuria social, que ahora florece con esplendor magnífico en la piratería a tutiplén, en las incendiarias rabietas con respecto a la ley del tabaco o en nuestro furioso sectarismo político (solo apoyo a mi horda, lo haga mal o bien).
En fin, hay que reconocer que en esto somos buenísimos.
Rosa Montero es escritora y colaboradora del diario El País
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