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domingo, 13 de febrero de 2011

Un cero

Artículo de Elvira Lindo publicado en El País el 9 de febrero de 2011:
"La boina ha vuelto. Madrid y Barcelona se la han encasquetado desde hace semanas y, mientras no cambie el tiempo, no habrá manera de que el tejido se haga más liviano. De la contaminación suelen acordarse los Gobiernos cuando la boina ennegrece sobre nuestras cabezas; cuando un reglamento exterior llama al orden o cuando es imposible ocultar que han aumentado los ingresos hospitalarios. Sin dejar de restarle valor a la responsabilidad de las autoridades en algo que afecta de manera tan severa a la salud pública hay algo que siempre me deja perpleja en el comportamiento de los españoles: el hecho de que el poder lo ostenten otros parece que nos exime de cualquier responsabilidad para remediar un problema que, en este caso, afecta, sobre todo, a los más débiles. El Ayuntamiento de Madrid pide a los ciudadanos que procuren dejar el coche en casa por unos días. El resultado ha sido notable: un 0% de descenso. Los mismos cacharros a las mismas horas. Los datos han aparecido en los periódicos y la respuesta de la ciudadanía cibernética, siempre dispuesta a la indignación, no se ha hecho esperar: "Mientras ellos minimicen el problema por qué voy a sufrir yo las consecuencias"; "no pienso dejar el coche en mi casa, eso es un parche"; "¡ja!, por una parte, se lavan las manos, por la otra, nos piden que lo arreglemos nosotros".

¡Un 0%! ¿Cómo es posible que no nos sonrojemos (un poco)? Alguna vez le he leído al politólogo Fernando Vallespín que una de las condiciones para que la democracia funcione es que tenga ciudadanos a la altura de un sistema que nos plantea deberes que habrían de cumplirse voluntariamente.

La manera de demostrarle a las autoridades que la contaminación es un asunto que preocupa es, precisamente, siendo activo en rebajarla. Y cuando se marche esa boina, no olvidarse del asunto. Dar la matraca. Otro deber."

Elvira Lindo es periodista y escritora.
lunes, 13 de septiembre de 2010

EN MISA



Artículo de Elvira Lindo publicado por "El País" el 8 de septiembre de 2010:
Tan acostumbrados estamos a que los partidos hayan acaparado los informativos que casi no percibimos que las noticias no son noticias sino un baile de declaraciones en las que el periodista más que contar asume el papel de sostenedor de micrófonos y, en ocasiones, ni eso: es habitual que los gabinetes de prensa de los partidos elijan los momentos estelares de los mítines para disfrute de los espectadores.
Cada paso que da un político de relumbrón es retransmitido con docilidad. De esta forma, el otro día tuvimos la suerte infinita de asistir desde nuestros hogares a la ofrenda que el comité ejecutivo del Partido Popular hizo al Apóstol Santiago, rogando al santo por la unidad de España y pidiéndole ayuda para superar la crisis. Supongo que dicho comité daba por hecho que el Apóstol estaría dispuesto a intervenir a condición de que fuera el PP quien ganara las elecciones.
Qué poco contribuye a crear una España de ciudadanos libres en sus creencias y opiniones el que los partidos invadan territorios que corresponden al ámbito personal. En este caso, parecían afirmar que todo aquel votante que opte por el Partido Popular es católico y que no hay creyentes fuera de su órbita. Qué pobre sería nuestro país si admitiéramos estas dos premisas, y qué poco democrático que un partido se arrodille ante un santo convirtiendo la fe en un descarado acto político. Imagino que a fuerza de alentar las diferencias existe hoy un tipo de votante airado que disfruta con estas afirmaciones públicas de la España eterna, pero alguien sensato debiera advertir a quien corresponda que la fe aumenta su apariencia de autenticidad cuanto más en privado se practica. Lo otro es estar en misa y repicando. Un partido no debiera olvidar que el laicismo es la única manera de enfrentarse a un país diverso, el que ellos aspiran gobernar.
Elvira Lindo es periodista y escritora.
jueves, 15 de julio de 2010

BANDERAS



ARTÍCULO PUBLICADO POR ELVIRA LINDO EN EL PAÍS EL 14/7/2010




Si fuéramos un país normal la mitad de los debates estarían de más. Nos pasamos la vida engordando polémicas de asuntos que no tienen fuste. Parece que fuéramos tontos, que no aprendiéramos nada. Habiendo padecido la dramática guerra de las banderas en el País Vasco, cuando instalar una bandera de España en ciertos ayuntamientos era o es un acto heroico, no se entiende a qué viene que la alegría de una victoria deportiva les sirva a algunos para criticar la decisión de añadir otra bandera a la común. Dos jugadores de la selección, Xavi Hernández y Puyol, se envolvieron en la senyera para celebrar su triunfo. Para el espectador democrático, el que una senyera y una bandera española se agitaran al mismo tiempo fue un síntoma de libertad, de la misma forma que se pudieron ver banderas canarias o andaluzas. Qué importa. El resultado es que tan primitivo resulta quien entiende la proliferación de banderas de España como el triunfo de un sentimiento nacional reprimido, como aquellos otros patrioteros que afirman que sin los futbolistas catalanes la selección no es nada. ¿Qué hacemos entonces con un triunfo tan noble como el que perpetró La Roja? ¿Lo dividimos por comunidades? Un porcentaje para Cataluña por el cabezazo de Puyol, otro a La Mancha por Iniesta, el que le corresponda a la república independiente de Móstoles por el capitán Casillas... Qué hartazgo. Hay veces que los colores son folclóricos y festivos. Inocentes, como esos niños de mi barrio de procedencia latinoamericana que el domingo paseaban tan ufanos con la camiseta de la selección y la bandera pintada en sus mofletes oscuros. Este es el país al que llegaron sus padres y que han hecho suyo. Y visten los colores de su equipo. Esa es la única manera posible de entender la bandera en esos momentos, con la naturalidad deportiva con que la defiende un niño.